A principios de los años 50 se utilizó plasma de animales para proporcionar tratamiento. Si bien esto frecuentemente resultó eficaz, las reacciones alérgicas a materiales bovinos y porcinos eran frecuentes y a menudo severas. El trabajo del doctor Edwin Cohn para lograr el fraccionamiento del plasma mediante variaciones de temperatura y concentraciones salinas y alcohólicas, desembocó en el desarrollo en diversos centros de concentrados de factor VIII bastante imperfectos a partir de plasma humano (conocidos como GAH o globulina antihemofílica).
Un avance realmente importante fue el descubrimiento de la doctora Judith Pool en 1965, que demostró que el descongelamiento paulatino del plasma a cerca de 4 oC causaba el depósito de un sedimento oscuro, rico en factor VIII, que ella llamó crioprecipitado. Una década después aparecieron los concentrados de factor de coagulación liofilizados. Éstos ofrecían ventajas considerables: podían almacenarse en un refrigerador doméstico a 4 oC y permitían la administración de grandes cantidades de factor de coagulación que había sido sometido a pruebas, de manera rápida y en pequeños volúmenes. La disponibilidad de tales productos facilitó el tratamiento en casa, permitiendo por primera vez que los pacientes se inyectaran a sí mismos en el hogar, el trabajo, la escuela o aun mientras se encontraban de vacaciones en el extranjero, liberándolos así de las cadenas físicas y psicológicas de la hemofilia.
Sin embargo, ahora reconocemos que lo anterior introdujo el potencial para la transmisión de virus. El impacto del VIH fue particularmente devastador, infectándose un gran número de pacientes en todo el mundo durante el periodo comprendido entre 1979 y 1985. El virus de la hepatitis C (VHC) se identificó por primera vez en 1989 y rápidamente quedo claro que una proporción todavía más alta de personas con hemofilia habían sido expuestas a este virus que puede ocasionar enfermedad hepática crónica. Afortunadamente, la introducción de tratamientos físicos para los concentrados, tales como la exposición al calor o la adición de una mezcla solvente-detergente, ha sido eficaz en la eliminación del riesgo de transmisión de dichos virus. En 1977 se marcó otro hito cuando el profesor Pier Mannucci reconoció que la desmopresina (DDAVP) podía elevar el nivel tanto de factor VIII como de factor von Willebrand, lo que sigue siendo una opción útil para el tratamiento de las modalidades ligeras de estos padecimientos.
Fuente: Federación Mundial De Hemofilia
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